Guerra civil

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Aquello era la guerra… El dolor y la desolación en los rostros de los soldados dejaban ver la amargura que sentían en sus propias carnes . No cavia duda que era el infierno, armas en manos, ojos llenos de lagrimas y miradas de desolación atormentaban a las tropas que en compañías numerosas salían de sus trincheras  a encontrarse  cada día con la muerte en una desolación espeluznante. Sus dedos sucios de sudor y barro ya no tenían fuerzas para matar, pero tampoco tenían animo para dejar de hacerlo.

La guerra en la que se habían metido sin razón ni motivo ya había consumido de ellos todas esperanza, toda pasión, solo les quedaba seguir luchando sin amor a nada  y por razones que nadie recordaba, pero ahí estaban, mirando fijamente al enemigo a los ojos, esperando, y apuntando con sus manos temblorosas  fijamente al enemigo.

Se veía en el campo de batalla un arco iris tan intenso que parecía que podía tocarse con las manos. Cuando la batalla se arreciaba y los soldados luchaban cuerpo a cuerpo podían llegar a ver el chorro de agua que salía de las puntas de sus pistolas, agua con sabor vainilla salía inmisericorde de las ametralladoras automáticas.    Granadas explotaban dejando a su alrededor todo cubierto de confite, caramelos y goma de mascar.

Una inmensa alambrada de algodón de azúcar intricada en el campo de batalla hacía imposible que los soldados evitaran caer en las minas de malvaviscos de colores rellenos de azúcar y caramelo derretidos.  charcos de chocolate espumoso, bombas de humos que envolvían el aire con un suculento olor a fresa les nublaba la mente y caían uno tras otros muertos de alegría.

Cuando un soldado caía en manos enemiga lo llevaban a una habitación decorada con flores frescas y lo obligaban a elegir entre cenar con un vaso de chocolate con leche y un pedazo de bizcocho,  o un poco de té de tilo. Las sabanas limpias y el olor a dulzura que salía del cuartel  general convertían ese cautiverio en la peor tortura que se pueda imaginar. La ternura de los soldados y el cuidado atento  de los carcelarios volvía locos hasta el más cuerdo, nadie soportaba tanto cariño sin perder la razón.

Aquella guerra sin cuartel era horrorosa,  amenazaba al mundo entero con una paz infinita y lo que es peor, con eliminar de la raza humana su identidad, de su increíble facultad para hacer lo único que nos identifica como seres humanos. Que no es más que nuestra increíble capacidad de hacer maldad.

Era horrible…

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